viernes, 21 de mayo de 2010

Trastadas

Ayer, mientras leía un libro recomendable –Mal de Escuela, de Daniel Pennac-, me dio por pensar en algo que él apuntaba: la creencia actual, bastante extendida, de que antes no había alumnos violentos. Que es algo propio de nuestros días, y más si hablamos de colegio-público-de-barrio-en-las-afueras-con-muchos-inmigrantes.

Ya. Hace unas semanas, el padre de un buen amigo me contaba una anécdota. Se puso a recordar sus años de escolar –ahora rondará los 60 y algo- y en particular el día en que un compañero suyo puso un lapicero perfectamente puntiagudo bajo la frente de un profesor que acostumbraba a dar cabezadas de sueño sobre su mesa en clase, mientras los alumnos se reían. El profesor cabeceó como siempre y despertó como pocas veces en su vida, seguro. El compañero del padre de mi amigo recibió una buena paliza por aquello, posiblemente una paliza pre-democrática y no muy acorde con los nuevos tiempos.

Un tío mío ya mayor contaba cómo en un pueblo cercano al suyo –en Pueyo- hicieron una trastada también de cierta dimensión. Pueyo es un pueblo que se levanta sobre unas pronunciadas pendientes de conglomerado y arenisca del oligoceno-mioceno… es broma. A lo que voy es que Pueyo tiene unas cuestas enormes. Pueyo, el pueblo en el que las gallinas llevan bragas, decíamos de críos, para que los huevos no cayeran y rodaran hasta el río. El caso es que hace muchos años –muchos- mi tío y otros piezas como él debieron quitar a un carro cargado con no se qué las piedras que lo mantenían quieto. El carro tardó muy poco en tomar velocidad y acabar empotrado y deshecho contra una casa. Nadie se cruzó en su camino, si no, posiblemente la vida de mi tío hubiera sido diferente. Tampoco llegó hasta el río, como los huevos de las gallinas de nuestra leyenda urbana-rural infantil.

Trastadas ha habido siempre, al igual que cabrones de pequeño tamaño. Algunos “que saben” dicen que últimamente las primeras, las trastadas, van directas contra el corazón de Occidente y que los segundos, los cabrones, son sobre todo los que han venido de fuera. Espero que los que dicen eso no sean profesores. Qué deshonra para la profesión.

Saludos,
Demian

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